Un 2020

Emilio Guerra-Estévez
3 min readJun 1, 2020
The Course of Empire: Destruction, Thomas Cole. The New York Historical Society (1836)

Hoy, mitad de año. Incendios, feminicidios, sitios, marchas, paros, violencia, pandemias, encierros, gritos, vidrios rotos, indignación. Este año ha sido un recordatorio constante sobre que las cosas pueden ir peor. También es una lección sobre poder ponerle nombre y apellido a las tragedias. Encontrar culpables, y dejar de descuidar nuestro músculo que aprieta nuestras exigencias de lo público, es un poquito de lo que nos dejará este tormentoso año. No gracias a él; a costa de él.

Hoy norteamérica se hunde en consignas escritas en un montón de pancartas mientras se exige combatir a la injusticia de Dracón: la opresión a los más vulnerables desde el «legítimo» monopolio de la violencia, México se abruma en el encierro y la necesaria resistencia a un gobierno inútil que nunca da razón respecto la dirección que lleva a pesar de que monte un espectáculo dos veces al día, Brasil sufre un incremento diario a sus estadísticas de mortalidad por consecuencia de la COVID — 19, y un presidente incrédulo a la ciencia. Asia es una cuerda floja que está todo el tiempo debatiéndose el orden por coerción, o la conquista de derechos por protesta. En la oscura bitácora de Epstein -que publicó Anonymous ayer- surgieron nombres de la Realeza inglesa que al parecer compartían las trastornadas filias de este perturbador ser humano. Hay una incomprensión por la realidad, y -sobretodo- la república del internet está cada vez más poblada por gitanos que inventamos nuestras propias reglas en la vida paralela que todos tenemos a través de la pantalla. No hay de otra.

La realidad supera las expectativas de los guionistas de ciencia ficción que se inventó Charlie Brooker, o cualquier otro distopista que haya entendido que las cosas no iban tan bien. Y no, no sólo no iban bien: la perspectiva y gestión del liderazgo trunco de quienes encabezan la institucionalidad de lo que entendemos como Estado y los demás hegemonistas que orbitan en distintos despachos de naturalezas varias, han distorsionado la realidad de tal forma que no hay marcha atrás. Un 2020 es caer en la tragedia, en espiral. El mundo como lo conocíamos -en menos de 6 meses- se ha transformado en un campo de batalla del binarismo entre tener la razón o no, según los lunáticos.

El día siguiente parece ser peor que el anterior. Los meses concursan por tener encabezados más trágicos, las apuestas se logran entender con una mejor predisposición al presagio de lo que viene para mañana que muy probablemente será peor. Pues así lo parece. Pero, ¿no será la justificación última para entender que el mundo no podía dar una bocanada más de aire con un sistema tan enfermo, y enfermizo? ¿No es más bien el punto final a una estructura viciada, tormentosa, y -hasta- oscura? Por supuesto que estamos enfrentando algo más que un episodio de final de temporada de Black Mirror. Esto es el fin de una era. No sólo es la exigencia de enfrentar al Leviatán; es Zaratustra ansiosamente hablándonos por doquier.

Si pudiera referir a los próximos días, me gustaría dar confort pero más bien viene resistencia, justicia, fuerza. Hay un viraje de frente, después de la vorágine. Nos toca aprovechar el ímpetu y la inercia para reflexionar y convertir nuestras causas en verbo. La atonía es un obligado recuerdo, pues hoy estamos forzados a ser parte de lo que nos ha necesitado siempre: lo público, y su futuro.

Un 2020 es trágico. Pero el espíritu de su lucha es necesariamente misericordioso y benevolente.

Así se combate al infame.

Emilio Guerra-Estévez
@emilioguerraes en tuiter.

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