Llamadas y visitantes

Emilio Guerra-Estévez
3 min readJun 29, 2020
The Ambassadors, Hans Holbein. The National Gallery (1533)

En los tiempos de las ausencias y las distancias, cuando las casas menos deberían recibir visitas; la casa -quizás- más famosa del mundo recibirá a uno muy particular.

En un momento de impasse y de fronteras amuralladas, las conversaciones se han centrado en añorar los tiempos de la libre circulación, y las estancias largas en ajenías, con la tradición de pasarla bien y no querer irse. Hoy, en medio del fenómeno más aterrador del siglo, hemos tenido que modificar nuestra convivencia, así se trate de asuntos de primera importancia, sin embargo; hay ansiedades que no pueden permitir que el tiempo se detenga.

Las llamadas que tendrían los jefes de Estado requirieron velocidad en dejar de ser a través de una pantalla y la exigencia de banda ancha; ahora apuran en estrecharse la mano y -quizá- brindar con champán en el Rose Garden de la Casa Blanca.

En una tierra -que es- históricamente festiva, el presidente Andrés Manuel insistió que hará una visita de Estado a Estados Unidos, y quizá -por su repetitiva torpeza y recurrente estado de pifia- no sepa las implicaciones de esto, y — no sé, también puede ser que en ese momento la cancillería tuvo que hacer una planeación emergente y advertir que un cortejo de esos requerimientos no podrá cumplir con dos exigencias fundamentales que se insisten hoy: la limitación de agrupar a cierto número de personas en un mismo lugar, y que no podrán viajar en un avión comercial. Andrés se morderá el dedo de coraje.

El presidente estará pensando que es un buen momento para celebrar un tratado, y salir a pasear sus suelas por los pasillos relucientes del ala este de una residencia impecable, y que los tiempos virulentos -y electorales- son baladí. Y el otro, tiene media sonrisa y ojos sospechosos mientras se frota las manos perversamente en medio de una sensación de soledad y urgencia en encontrar algo que le regrese la esperanza después de trastabillar con manía. Y será la obsesión por esperanzar a todos, que Andrés lo hará.

Aunque el peregrino sabe que será rehén de una intención política más que diplomática, no tiene la conciencia de Estado para estrechar las mano de otro; el casero y el inquilino ya se acompañan en la travesía de la urna. Por eso se van a abrazar a pesar de todo.

Será paradójico ver a los presidentes Trump y López Obrador vestidos de gala frente al pórtico. Con una banda de guerra sonando trompetas jubilosas en medio de una crisis económica, sanitaria, y social. Tendrán que vendarse los ojos durante los tres días que deberá estar ahí el presidente de México, pues los niños enjaulados en el sur de Arizona son evidentes, el muro de quince metros se puede ver desde la oficina oval, las pancartas de las protestas sólo se dejan de ver si estás en el sótano profundo de la Casa Blanca. Quizá optarán por abrazarse con los ojos cerrados y los dedos cruzados para dejar de ver que sus dos naciones se hicieron añicos.

La política tiene formas sibilinas de decirnos qué pasa. Hoy -en medio del encierro- uno decidirá salir y otro dejará entrar.

La supervivencia política parece diluir la sanitaria.

Emilio Guerra-Estévez
@emilioguerraes en tuiter.

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