La enemistad y el rabioso

Emilio Guerra-Estévez
3 min readJul 6, 2020
Guernica, Pablo Picasso. Museo Reina Sofía (1937)

Para la coincidencia histórica que más que ser benevolente; me parece irritable. De formación soy estudioso del Derecho, y aunque no me gusta vertir en mis líneas lo mío, sino lo de lo público: hoy coincido en un modelo de profesión que espejea al constitucionalista alemán Carl Schmitt.

Con una vocación jurídica, pero un romance apasionado con las letras de la ciencia política, si no fuera por mi coincidentismo más a la Hannah Arendt, quizá Carl Schmitt y yo hubiéramos compartido una taza de café más de una vez. Y jamás hubiera estado de acuerdo con él, considerando sus afinidades políticas, las cuales permanecerán al margen de este soliloquio que hago de usted. Más bien, sólo me he de parecer a él por su vida paralela entre la ley y la prosa política. Sí, sólo eso.

Sin embargo, hoy Schmitt sabría entender muy bien la discusión de lo político, que se basa en mordidas y patadas. Él, desde su despacho frío en Berlín, de la Alemania Occidental, escribía con velocidad en su máquina de escribir uno de sus más prominentes ensayos: El Concepto de lo Político, en donde -si fuéramos un poco más atentos- hace una lectura vigente hacia una realidad bélica de polarización en la primera mitad del siglo XX, y -también- una lectura vigente entre un mundo conectadísimo, y polarizado, casi cien años después.

Schmitt construye su visión republicana basada en el conflicto: el enemigo es el principal sujeto político. Así se ha aprendido a hacer política en el occidente del siglo XXI, tan parecido a la sensación polarizante de la Europa de Schmitt. Hoy la semilla de la política se siembra con odio, y se cosecha con rabia. La perspectiva del compañerismo es un mito, mientras se señala con los dedos temblorinos que el otro es el culpable de mi desgracia. La enemistad es la fertilidad de la política.

La manera en la que se ha acostumbrado nuestro parlanchín del momento a abrir la boca es con una voz de amenaza, y una viciada voluntad de destruir la humanidad en la política. No existe el concierto en la perspectiva de la política de hoy -y de Schmitt-, no hay lugar para mitades. Somos sólo bichos conflictivos. Fósforo que incendia, y jamás agua que colma.

La herramienta es el ataque y la propuesta es débil. La violencia destruye la crítica. La desesperación visceral es el espíritu de la discusión política. La determinación absoluta y ya. Sólo lo que diga yo está bien.

Así se ha establecido un régimen de ignorancia política, y de una lastimosa conversación pública, que ha destruido la conciencia colectiva, pues la velocidad del insulto es mucho mayor a la del respeto. Se ha borrado el pensar cívico y lo ha reemplazado la voz de la insensatez. La verdad es absolutamente inútil frente a la mentira cargada de cólera. Y así, con esa necedad se destruye la democracia.

La ruin intención destructiva tiene hoy hipnotizado el actuar político. Los operadores afirmarán hasta siempre que tienen la razón, así implique denostar la integridad -desconocida- de quien esté en frente. Su origen -como el de los amigos de Schmitt- es la desesperación de construir un mundo en donde todos tengamos las mismas perversiones. Las mismas formas enfermizas de hacer las cosas.

Por suerte, nos queda mucha humanidad a algunos.

Schmitt interpretó bien la política del vicio. Del enemigo. La de hoy.

Pero la virtud vence al vicio cuando se le quita el miedo.

Ahí vamos. Sin miedo.

Emilio Guerra-Estévez
@emilioguerraes en tuiter.

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